Es una expresión en Latín que puede traducirse: “La religión del gobernante es la religión del pueblo”, y es un principio que surgió en Europa como resultado de los acuerdos de paz de 1555 en Augsburgo, Alemania, entre Carlos V (quinto), quién era el emperador Romano y los gobernantes de los estados germanoparlantes.
La reforma protestante, que inició formalmente en 1517, y de la cual hablaremos en otra ocasión, rompió la unidad eclesiástica del cristianismo medieval, y había traído una cruenta guerra entre las fuerzas armadas católicas y las fuerzas armadas protestantes dentro del llamado santo imperio Romano.
El principio sólo aplicaba a las dos religiones legítimas dentro del imperio; el Catolicismo y el Luteranismo. Dejando de fuera a cualquier otra expresión de cristianismo resultante de la Reforma Protestante, como el Calvinismo y otras, las cuales eran terminantemente prohibidas y su práctica un crimen herético cuya pena legal era la muerte.
A las personas que vivían en un territorio Católico pero querían ser Protestantes o viceversa, se les permitía salir del lugar con su familia y todas sus posesiones para irse a un territorio donde se practicara la otra religión.
El principio era un avance comparado al anterior, que era que quien nacía en una nación católica, era automáticamente católico y no había otra opción, similar a lo que hacen hoy los países islámicos.
La diferencia fundamental entre la sociedad y la Iglesia de Cristo es que, no eliges nacer en una sociedad y perteneces a ella por el solo hecho de haber nacido allí, pero para pertenecer a la iglesia de Cristo es necesario tomar una decisión personal voluntaria y nacer en ella de una manera espiritual.
Es por lo que Jesús le dijo a Nicodemo en Juan 3:3 (NBLA) “En verdad te digo que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios”.
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