En la década de los 90 hubo un terremoto en Los Ángeles, California, el cual sucedió en horas de la madrugada y despertó a todos sus habitantes. Salir de sus casas resultó difícil porque la ciudad también había sufrido un corte eléctrico, al salir a la calle los pobladores la encontraron extremadamente oscura debido a la disfuncionalidad del alumbrado público, y al levantar los ojos al cielo lo vieron lleno de luces siniestras y se llenaron de pánico creyendo que todo el asunto era un ataque extraterrestre, el 911 se inundó de llamadas de gente desesperada reportando el incidente.
Se determinó que no eran objetos voladores no identificados, ni siquiera eran fenómenos meteorológicos inusuales sino era la ubicua vía láctea, en otras palabras, eran simple y sencillamente las estrellas del firmamento, los habitantes de la ciudad estaban viendo el cielo sin obstrucción por primera vez.
No ver claramente el cielo es un problema que han enfrentado las grandes metrópolis en los últimos cien años debido a la luz que emiten. La tendencia de los Ángeles a retener la neblina de la costa intensifica la refracción de la luz, lo cual se ha agravado con la implementación de los bombillos LED los cuales no sólo ahorran electricidad sino emiten más luz, el resultado es la llamada contaminación lumínica.
Qué fácil es para los seres humanos que este mundo nos vuelva ciegos a cosas evidentes. En la biblia se presenta algo muy similar, la ceguera espiritual, que no nos permite reconocer lo que tenemos frente a nosotros; una profunda necesidad de Dios. Hechos 26:18 “(Te envío Pablo), para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados”.
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