Desagradecimiento

El educador y escritor James Baldwin, quién fuera el superintendente de todo el sistema escolar del estado de Indiana a finales del siglo XIX, escribió en uno de sus tantos libros un relato de finales del siglo XVI, durante una guerra entre los suecos y los daneses, en la cual los daneses resultaron vencedores.

La historia dice que uno de los daneses que no estaba tan herido estaba sentado en el suelo a punto de beber un poco de agua de su cantimplora cuando un soldado herido de muerte de los suecos que estaba tirado cerca de él le dijo: “señor deme agua que me muero”, el danés se levantó y se dirigió hacia su enemigo. Se arrodilló y le puso su cantimplora en los labios diciéndole: “bebe, que tu necesidad es más grande que la mía”, el sueco se levantó un poco apoyándose en el codo y descubriendo una pistola le disparó, pero no logró atinarle.

Indignadísimo el danés le dijo: “¡Desgraciado! procuro ayudarte y me pagas intentando quitarme la vida. Ahora te voy a castigar, no te voy a dar toda el agua”. Y se tomó la mitad, pero siempre le dió la otra mitad.

El rey de Dinamarca oyó de la historia y mandó a traer a su soldado para que le contara la historia él mismo. El monarca no podía entender por qué no simplemente mató a su enemigo. El soldado danés le dijo que nunca podría matar a un enemigo herido.

La historia contiene 2 elementos: el desagradecimiento de alguien en una posición desventajosa y la misericordia de otro que tiene la capacidad de quitarle la vida al desagradecido. Esa es la misma posición en la que nos encontramos todos los seres humanos delante de Dios. Ezequiel 18:32 “Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor; convertíos, pues, y viviréis”.

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