Es una expresión que utilizamos cotidianamente para indicar que sospechamos que algo está mal dentro de una situación, o para externar esa sensación de que algo deshonesto está pasando y que te ocultan la verdad o las verdaderas intenciones, sin embargo, ese no era el sentido original de la frase.
En el siglo XVII, en España era frecuente el uso de monederos, pequeñas bolsitas para guardar dinero, a las cuales les llamaban “gato”. En ese tiempo, tal como hoy, las mujeres buscaban las maneras más ingeniosas de ocultar el “gato” con dinero para no ser víctimas de robo, entonces “encerraban” el “gato” dentro de sus prendas de vestir. La expresión ha sido inmortalizada en las obras literarias de Miguel de Cervantes Saavedra, de Francisco de Quevedo y de Lope de Vega.
En toda época la expresión ha tenido una connotación negativa, los contemporáneos la relacionamos con el engaño y los de antaño la relacionan con el robo, ambas acciones mencionadas en la ley de Dios en Levítico 19:11 como cosas que se nos ordena no hacer.
La ley de Dios mandaba hacer y no hacer cosas, la ley sacrificial ordenaba hacer sacrificios y la ley moral ordenaba no hacer lo desagradable a Dios.
La ley sacrificial se volvió innecesaria cuando Jesucristo satisfizo los requerimientos sacrificiales, pero la ley moral continúa vigente, es por lo que la ley sacrificial ya no aparece en el Nuevo Testamento, pero la ley Moral sí, Jesús se refirió a ella cuando en Marcos 10:19 le dice al joven rico que los mandamientos son no robar y no defraudar, comprendiendo que defraudar es un sinónimo de engañar.
Los que hemos recibido a Jesucristo como Señor y Salvador no podemos continuar robando y engañando por amor del que nos salvó. En Lucas 19 vemos el ejemplo de Zaqueo quien al tener un encuentro genuino con Jesucristo decidió devolver todo lo que había defraudado.
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