Al escritor británico Charles Dickens se le conoce como el hombre que inventó la Navidad por una película que se hizo recientemente acerca de él relatando lo que le sucedió mientras escribía su famosa obra literaria Un Cuento de Navidad.
El hombre no inventó Navidad, pero impulsó un movimiento que le devolvía su preponderancia, ya que cuando él escribió la obra en el siglo XVIII la Navidad estaba en declive y se había vuelto una celebración menor. Muchas cosas de las que hacemos hoy durante la celebración de Navidad se popularizaron a raíz del libro, tales como poner el arbolito en casa, comer pavo y decir “Feliz Navidad”. También promovió la idea de las reuniones familiares, el regocijo por la época, y el espíritu de generosidad.
En contraste, Dickens presenta a alguien que no obedece a ese espíritu, a Ebenezer Scrooge, un hombre adinerado pero solitario, tacaño, injusto con sus empleados, que incansablemente cobra a los que le deben. Scrooge asocia la Navidad con gasto desmedido. Scrooge está resentido e infeliz por muchas cosas, su padre lo abandonaba en las navidades, su hermana murió y de adulto su esposa lo dejó. Tres espíritus le advierten que de continuar amargado traerá mal a otros y vergüenza para sí mismo. Él cambia, acepta cenar con su sobrino, dona para la caridad y es bueno con sus empleados.
Todo lo anterior suena bonito y puede hacerse, pero la Navidad no es sino la llegada de Jesucristo al mundo, un evento histórico profetizado ampliamente que llena una tremenda necesidad; la de mediar la paz con Dios que no podemos obtener de ninguna otra manera.
Isaías 9:6 Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz.
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