¿Has escuchado mencionar el libro bíblico de Ester? Es un libro interesante de tan sólo 10 capítulos, en él se cuenta la historia del rey Asuero o Jerjes en algunas versiones, hijo del rey Darío de Persia.
En el año 480 a.C. Jerjes amenazaba con invadir Grecia. Para enfrentar esta amenaza, Grecia trajo del exilio a un hombre, Arístides, al que llamaban “el justo”, el sobrenombre me llamó la atención porque si este hombre era justo ¿Por qué estaba exiliado?
No hubiera despertado mi curiosidad si le hubieran llamado “Arístides el corrupto”. Al investigar encontré que le acusaron injustamente de mantener relaciones excesivamente amistosas con los persas y que un votante iletrado presentó la moción de desterrarlo, la razón que dio para presentar la proposición es que estaba cansado de oír que Arístides era justo.
Ambas, la acusación y la penalidad tuvieron origen en la envidia.
Antes de que condenes a los envidiosos quiero que sepas que la envidia es uno de los pecados más antiguos de la historia, me atrevo a decir que es el segundo registrado en la biblia, Caín mató a Abel por envidia.
La envidia es un mal muy humano del que nadie está inmune, que tienes envidia es tan real como que tienes sangre. Muchos no reconocen tenerla, otros la ocultan, muy pocos la enfrentan.
Salomón el hombre más sabio que camina la tierra dijo en Eclesiastés 4:4 “He visto asimismo que todo trabajo y toda excelencia de obras despierta la envidia del hombre contra su prójimo.”
La envidia es el resultado de desear con todo el corazón algo que el otro tiene, que el otro hace, o que el otro es, es una forma de egoísmo, porque tú quieres tener la admiración que el otro recibe.
La envidia te lleva por un proceso degenerativo, primero evitas a quien envidias, después le deseas mal en tu mente, luego tratas de engañarlo para que se haga daño aparentemente sin tu intervención, y finalmente lo agredes.
Luchar contra la envidia no es algo que puedes hacer en tus propias fuerzas, necesitas la ayuda del Espíritu Santo el cual sólo puedes tener recibiendo a Jesucristo como Señor y Salvador.
El Espíritu Santo te ayuda a vivir el segundo más grande mandamiento descrito en Mateo 22:39 “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.”
Si amas a tu prójimo como a ti mismo compartirás su felicidad sin reserva alguna.
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