Ha quedado atrás este año la temporada más alta del Cristianismo, la Pascua, y nos dejó tremendo sinsabor, el día de resurrección, el domingo del año cuando las iglesias reciben el mayor número de visitantes, las calles estuvieron desoladas y las iglesias estuvieron cerradas y vacías. Hermanos y hermanas en Cristo lloraron por no poder reunirse con sus hermanos en la fé, ni poder juntos saltar de alegría al final del culto cuando el pastor gritaría a todo pulmón “¡hermanos Jesucristo resucitó!”
¡Beatus ille tempus!
Beatus ille tempus, es una frase en latín que significa: ¡Dichoso aquel tiempo!
Pero ¿Era dichoso de verdad? Antes de esta pausa en vez de llegar a la iglesia a alegrarnos juntos, llegábamos a compararnos unos con otros. En vez de apoyar a los que trabajaban en la obra, llegábamos solo a criticar lo que les salía mal. En vez de interceder en oración por las necesidades de otros, las ocupábamos para chismear. En vez de concentrarnos en el motivo de nuestra alabanza, estábamos pendientes de quien cantaba mal. En vez de escuchar atentamente el sermón, mirábamos el celular. Y en vez de hablar de Cristo con las personas, hablábamos de cualquier otra cosa.
El Cristianismo estaba tan cómodo que se durmió, llegó a emular indistintamente al judaísmo del siglo séptimo antes de Cristo, momento en el que a Isaías se le hizo decir: “¿Para qué me sirve, dice Jehová, la multitud de vuestros sacrificios? Hastiado estoy de holocaustos de carneros y de sebo de animales gordos; no quiero sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos” (Isaías 1:11).
Dios no quería más rituales, ni religiosidad, “los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Salmos 51:17); Ser cristiano no se trata únicamente de asistir a la iglesia, sino de la actitud del corazón con la que realizas todo lo que haces allí.
Es bueno derramar lágrimas diciendo ¡Beatus ille tempus! para que al regresar enfoquemos nuestros esfuerzos en darle gloria a Dios con nuestras vidas, en hablarle a las personas de Cristo y en estar unidos genuinamente como hermanos. Aprovechemos la pausa para pedir perdón a Dios y cambiar la actitud de nuestro corazón de manera que la próxima vez que el pastor grite a todo pulmón ¡hermanos Jesucristo resucitó! No sólo saltemos juntos de alegría, sino también Dios lo reciba con agrado.
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